22 abr 2012

¿Por qué seducen los vampiros?



Hay en la historia de ‘Drácula’, de cuyo autor (Bram Stoker) hoy se recuerda un siglo de su muerte, aspectos que vale tomar en cuenta además del goce estético de su lectura. Está por ejemplo, esa contraposición entre el conde y su cazador Van Helsing, como un enfrentamiento entre tradición y modernidad; o la lectura que se aproxima desde perspectivas religiosas e históricas.

Pero hay una característica que se ha convertido en motivo y se ha repetido en todas las versiones del personaje, desde la adaptación fílmica, de Murnau ( ‘Nosferatu’), hasta la saga adolescente de ‘Crepúsculo’, pasando por las ‘Crónicas vampíricas’ y el Lestat, de Anne Rice… Se trata del carácter seductor del vampiro. Esta es una seducción que deviene de sus ansias de poder; pero que se plasma con lo nocturno, lo salvaje y lo bello como la esencia de la sensualidad.



Además de lo enigmático, oscuro y poderoso del personaje de Drácula, la seducción en él parte de su aristocracia, elegancia y fina cultura. Sin embargo, sus impulsos y la imposibilidad de refrenarlos responden a su esencia bestial, alejada de falsos modales. La animalidad de Drácula se muestra en sus transformaciones en lobo o bestia alada, además de en el encanto que inflige sobre ratas, moscas, arañas, murciélagos, entre otros bichos. Pero esa animalidad también empata con su carácter seductor. Dice el francés Jean Baudrillard, en ‘De la seducción’, que en los animales es donde la seducción adquiere su forma más pura, pues está grabada en el instinto e inmediatizada en sus reflejos y adornos naturales. Cabe recordar un pasaje de la novela, intensamente captado en el filme de Ford Coppola: el acercamiento erótico del conde, bajo la forma de lobo, hacia la joven Lucy, en quien el influjo de Drácula es fatalmente irresistible.

Si bien, la sed de sangre del vampiro responde a su supervivencia, también lo hace a los juegos de seducción, a la imperiosa necesidad de vivirlos. Pues como se puede extraer del ‘Diario de un seductor’, del danés Soren Kierkegaard, la posesión del otro pondría fin a la seducción; así, una vez que el objetivo ha sido conseguido, las emociones vertidas en la búsqueda deben repetirse en la seducción de otro y de otro; ya sea que el conde lo haga en su forma humana, animal o de niebla. Pero la seducción no esta reservada solo para el conde Drácula, sino para las vampiresas. Así, lo relata el joven abogado Jonathan Harker, en el tercer capítulo de la novela, cuando cautivo en el castillo de Transilvania, cae en el juego de tres hembras vampiro: “Había algo en ellas que me hacía sentir inseguro, algo que me excitaba y que a su vez me daba un miedo terrible. Sentí en mi corazón un insoportable deseo de que me besaran con aquellos labios rojos”. Como evidencia de esa sensualidad en las acciones del vampiro, la mordida se da, principalmente, en el cuello, una zona erógena. Y si el momento surge delicado, la pasión y el erotismo elevan la agresividad; el atacante, ávido de satisfacción, toma posesión de una víctima rendida ante sus encantos, fuera de sí. Para que el padecimiento de la persona inmolada no resulte un suplicio, el vampiro usa sus poderes mentales, controla los pensamientos, la sumerge en un letargo, donde las sensaciones derrumban a las razones y la pureza cede ante el intruso. Entonces, el peligro resulta excitante y lo doloroso, placentero.

Curiosidad:

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Hace un siglo que ronda por las noches del mundo. O puede que más, si damos crédito a sus palabras… Pero cualquiera se fía de la palabra de un vampiro. Mejor nos quedamos con los hechos, y asumimos que Bram Stoker puso de moda a cierto conde de Transilvania publicando suDrácula en 1897, despertando una fiebre literaria que aún perdura, y una epidemia de vampirismo en el cine que ha dado alrededor de 272 películas, si contamos sólo aquellas protagonizadas por el aristócrata con colmillos. Dado que ahora celebramos el centenario de la muerte de Stoker, fallecido el 20 de abril de 1912, recordamos a los actores que interpretaron con mejor fortuna a su creación más famosa, o que más nos hicieron reír parodiándola.

Bela Lugosi


¿Por qué nos gusta? Con permiso de Max Schreck (que no cuenta: su personaje se llamó Conde Orlokpor cosas del copyright), estamos ante el primer, auténtico y genuino Conde Drácula del cine gracias a su papel en la película de Tod Browning (1931). Irónicamente, y pese al mito despertado en torno a su figura, el intérprete húngaro sólo retomó al personaje una vez más, y esta fue en la parodia Abbot y Costello contra los fantasmas.

Christopher Lee


¿Por qué nos gusta? Si el estilo de Lugosi supuso un crossover entre la Europa del Este y Hollywood, Lee impuso en las películas de Hammer Film un toque high class, cien por cien británico. Además de en clásicos como Drácula: Príncipe de la tinieblas y El poder de la sangre de Drácula, Lee encarnó al transilvano en producciones de muy diverso pelaje (como El conde Drácula, de nuestro Jess Franco) y vistió la capa negra y roja del vampiro en muchísimos más filmes. Todo ello currando como una bestia y apañándoselas para revivir su fama, ya provecto, gracias a la trilogía El Señor de los anillos.

Gary Oldman


¿Por qué nos gusta? Si Lugosi y Lee necesitaron de docenas de filmes para entrar en el canon vampírico, a este londinense le bastó con una sola película. Pero qué película: si Drácula de Bram Stoker (1992) ha pasado a la historia como el último gran trabajo de Francis Ford Coppola es, en buena parte, gracias a la soltura de Oldman, quien resultaba tan convincente cuando se cubría de maquillaje como cuando seducía a Winona Ryder soltándole aquello de “He cruzado océanos de tiempo para llegar hasta ti”.

Frank Langella



¿Por qué nos gusta? Sí, hablamos del mismo Langella que se llevó a los críticos de calle con El Desafío: Frost contra Nixon, y (a qué negarlo) del intérprete de Skeletor en Masters del Universo. Y también, ya que estamos, de uno de los dráculas más desconocidos e infravalorados del cine de terror: en 1979, Langella encarnó al rey de los vampiros en la película homónima de John Badham, negándose (ojo al dato) a caracterizarse en exceso, para así ofrecer una interpretación poco común y muy reivindicable.

Luis Escobar


¿Por qué nos gusta? No todo va a ser seriedad en este informe: un poco de cachondeo made in Spainnunca viene mal, y Escobar nos viene de perlas para incluírlo. Digamos que, entre lo poco salvable deBuenas noches señor monstruo (1983) está ver a este aristócrata (Marqués de las Marismas del Guadalquivir, para ser exactos) vestido con las ropas del conde y bailando las canciones del grupo infantilRegaliz. Quienes siempre sospechamos que el Marqués de Leguineche de Berlanga tenía algo de no-muerto, confirmamos aquí nuestros terrores.

Klaus Kinski


¿Por qué nos gusta? Como hemos mencionado antes, Murnau no pudo emplear el nombre de Drácula en su Nosferatu por problemas de derechos. Pero, cuando Werner Herzog (nuestro chiflado alemán de cabecera) decidió remakear el clásico en 1979, la novela ya era de dominio público. De ahí que, aunque el filme se titulara Nosferatu: Vampiro de la noche, el ‘enemigo íntimo’ del director pudo decir en él aquello de “Yo soy Drácula” antes de rechupetear los cuellos de Bruno Ganz (el futuro Hitler de El hundimiento) y la mollar Isabelle Adjani.

David Niven


¿Por qué nos gusta? El éxito de El jovencito Frankenstein produjo un cierto número de parodias de terror en su estela, algunas mejores, y otras tan espantosas que habrían escandalizado a Mel Brooks. Vampira pertenece a este último grupo, pero al menos nos da la ocasión de ver al gentleman por antonomasia del cine interpretando a un conde transilvano con bigotillo.

Peter Fonda


¿Por qué nos gusta? Dado que el título clave de su filmografía es Easy Rider, está claro que al hijo deHenry Fonda le gustan las películas alucinógenas, inclasificables y muy, muy raras. En este título, producido por David Lynch, sobre una familia disfuncional de vampiros, Peter se apuntó un tanto convirtiéndose en el único actor que ha interpretado a Drácula y a su archienemigo Van Helsing en la misma cinta. ¿Será una metáfora?

George Hamilton


¿Por qué nos gusta? Conocido como uno de los galanes románticos más pastelosos de los años 60, que ya es decir, Hamilton se ganó nuestro cariño en Amor al primer mordisco, una comedia vampírica de 1979. Y se lo mereció, porque dotar de dignidad a ese chupasangres de sienes plateadas y medallón, que baila música disco y al que todo el mundo confunde con un agente de seguros fue un trabajo de Hércules. Menos mal que la maciza Susan St. James es una chica muy noctámbula…

Leslie Nielsen


¿Por qué nos gusta? Vale, estamos de acuerdo: Drácula, un muerto muy contento y felices una de las peores cintas de Mel Brooks (tal vez por eso fue la última), y podría haberse titulado Muerde como puedas,o similar. Parte de culpa la tiene el propio Nielsen, que tampoco era el actor más versátil del mundo, pero qué murciélagos: si Chiquito de la Calzada se marcó su propia excursión vampírica en Brácula (Condemor II), su compañero en los tráilers de Spanish Movie tiene que figurar en nuestro informe, sí o sí.

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