El instituto.
¿O sería más apropiado emplear el término «purgatorio»? Si existía algún modo de purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo que menos me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada día me resultaba más monótono que el anterior. Supongo queésta era mi manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre periodos activos.
Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de la cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces que parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río. Ignoré el centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo, seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez. Hoy, todos los pensamientos se concentraban
en el trivial acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo de alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto pasar repetido el nuevo rostro de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos posibles. Sólo era otra chica humana. La excitación que había causado su aparición resultaba predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño.
La mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya enamorándose de ella, sólo porque era algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.
Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la ausencia de intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo evitarlo.
Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así... me entero de cosas.
Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había captado su reflejo en las gafas de sol de alguien y se regodeaba en su propia perfección. La mente de Rosalie era un charco poco profundo de escasas sorpresas.
Emmett estaba que echaba chispas después de haber perdido un combate de lucha libre con Jasper la noche anterior.
Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de las clases y organizar la revancha. Nunca he sentido que me entrometía en sus pensamientos porque nunca ha pensado nada que no pudiera decir en voz alta o poner en práctica. Sólo me siento culpable al leer la mente de los demás cuando me consta que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si la mente de Rosalie es un charco poco profundo, la de Emmett es un lago sin sombras, tan transparente como el cristal.
Y Jasper estaba... sufriendo. Reprimí un suspiro. Edward. Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.
Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta.Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me habían puesto. Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward…
En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban muy bien esas conversaciones privadas, y era raro que nos pillaran durante las mismas. Mantuve la mirada fija en las líneas que se formaban en el enlucido.
¿Cómo lo lleva?, me preguntó.
Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente la posición de la boca, nada que pudiera alertar a los otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por aburrimiento.
El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que vigilaba a Jasper con su visión periférica. ¿Hay algún peligro?Ladeé la cabeza hacia la izquierda muy despacio, como si contemplara los ladrillos de la pared, suspiré, y luego me volví hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo. Sólo Alice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza.
Ella se relajó. Avísame si la cosa se pone fea.
Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego abajo.
Gracias por ayudarme con esto.
Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. ¿Qué le podría haber dicho? ¿«Encantado»? En realidad no era así. No disfrutaba asistiendo al debate interior de Jasper ¿Era necesario pasar por todo esto? ¿No era un camino más seguro admitir
simplemente que él nunca sería capaz de controlar su problema con la sed como los demás, en lugar de tentar continuamente sus límites? ¿Por qué coquetear con el desastre? Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición de caza. No era un periodo de tiempo excesivamente insoportable para el resto de nosotros. Algo incómodo a veces, si un humano caminaba muy cerca de nosotros o si el viento soplaba del lado equivocado. Pero los humanos rara vez se aproximan a nosotros. El instinto les dice lo que sus mentes conscientes difícilmente comprenderían: que somos peligrosos.
Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo. Una chica bajita se detuvo en un extremo de la mesa más próxima a la nuestra para hablar con un amigo. Se pasó los dedos entre el pelo corto, color arena, y sacudió la cabeza. Justo en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su aroma en nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma en que me hacía sentir el olor: sequedad y dolor en la garganta, un agujero anhelante en el estómago, un agarrotamiento instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña en la boca…
Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar; pero hoy resultaba más duro al tener los sentidos agudizados y notarlo todo por duplicado: la sed se multiplicaba al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no sólo la mía.
Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando…Imaginaba que se levantaba del lado de Alice y se paraba al lado de la chica. Pensaba en inclinarse como si le fuera a susurrar algo al oído y dejar que sus labios rozaran el arco de su garganta. Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo de su pulso debajo de la fina piel que sentiría bajo su boca…Propiné una patada a la silla de Jasper.
Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego él bajó la suya. Pude escuchar cómo se enfrentaban en su interior la culpa y la rebeldía.
—Lo siento —musitó.
Me encogí de hombros.
—No ibas a hacer nada —murmuró Alice en un intento de mitigar el disgusto de Jasper—. Lo vi.
Reprimí la mueca que hubiera echado por tierra la mentira de Alice; ella y yo debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba fácil para ninguno de los dos oír voces y tener visiones del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo eran de por sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.
—Pensar en ellos como personas ayuda un poco —sugirió Alice con voz aguda y musical, demasiado baja y rápida para que la escucharan los oídos humanos—. Se llama Whitney y tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su madre invitó a Esme a aquella fiesta en el jardín, ¿te acuerdas?
—Sé quién es —contestó Jasper secamente.
Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas bajo el alero a lo largo del muro que rodeaba la gran habitación. El tono de su voz puso fin a la conversación.
Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche. Era ridículo enfrentar esa clase de riesgos, intentar demostrar entereza y mejorar la resistencia. Jasper tendría que asumir sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran los más apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido; no podría adaptarse a él.
Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la bandeja de comida —un atrezo, en realidad—y dejándole solo.
Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo dejar de hacerlo. Aunque era más evidente que Rosalie y Emmett mantenían una relación, Alice y Jasper se conocían tan bien que sentían los estados de ánimo del otro como si fueran propios.
Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque sólo fuera entre ellos.
Edward Cullen.
Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie lo hubiera pronunciado en voz alta, sólo lo había pensado. Mi mirada se encontró durante una breve fracción de segundo con la de un par de enormes ojos marrones, de color chocolate, unos ojos humanos en medio de un rostro pálido, con forma de corazón. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca con mis propios ojos. Era el tema más destacado del día en todas las mentes: la nueva alumna, Isabella Swan, la hija del jefe de policía de la ciudad, que había venido a vivir aquí por algún cambio en su situación familiar. Bella. Hasta ahora había corregido a todo el mundo que se dirigía a ella por su nombre completo…
Miré a lo lejos, aburrido. Me llevó un segundo darme cuenta de que ella no había sido la persona que había pensado en mi nombre.
Por supuesto, Bella ya se ha quedado alucinada con los Cullen, oí cómo continuaba el primer pensamiento que había oído.
Identifiqué la «voz» como la de Jessica Stanley. Había pasadoya un tiempo desde que me incordió por última vez con su charloteo interno. Qué alivio sentí cuando ella superó ese desdichado encaprichamiento. Había sido casi imposible escapar de sus constantes y ridículas ensoñaciones. Me dieron ganas en aquel momento de explicarle con toda exactitud lo que podría haber ocurrido si mis labios, y los dientes detrás de ellos, se hubieran encontrado cerca de ella. Esto habría silenciado cualquier tipo de molestas fantasías con bastante rapidez. Pensar en su reacción casi consiguió arrancarme una sonrisa.
Le iría bien engordar un poco, continuó Jessica. En realidad, ni siquiera es guapa. No entiendo por qué Eric la mira tanto... o Mike.
Hizo una mueca mental de dolor al pensar en el último nombre. El nuevo capricho de Jessica, el súper popular Mike Newton, no sabía ni que ella existía. Sin embargo, no parecía tan insensible a la chica nueva. Otra vez la historia del chico fascinado por un objeto brillante. Aquello dio un giro mezquino a los pensamientos de Jessica, aunque en apariencia se mostraba cordial con la recién llegada mientras le explicaba lo que todos sabían sobre mi familia. La nueva seguramente habría preguntado por nosotros.
Aunque hoy todo el mundo me mira a mí también, pensó Jessica muy pagada de sí misma, en un aparte. Ha sido una verdadera suerte que Bella compartiera dos clases conmigo... Apuesto a que luego Mike querrá preguntarme qué tal es...
Intenté bloquear el absurdo parloteo antes de que sus superficiales e insignificantes pensamientos me volvieran loco.
—Jessica Stanley le está sacando a la Swan, la chica nueva, todos los trapos sucios del clan Cullen —le murmuré a Emmett, para distraerme, que se rió entre dientes y pensó: Espero que lo esté haciendo bien.
—En realidad, es bastante poco imaginativa. Sólo le ha dado un toque escandaloso, nada más. Ni una pizca de terror.
Me siento un poco decepcionado.
¿Y la chica nueva? ¿También se siente ella decepcionada con el chismorreo?
Presté atención a ver si escuchaba lo que esta chica nueva, Bella, pensaba de la historia de Jessica. ¿Qué vería cuando se fijara en la extraña familia con la piel del color de la tiza, de la que se apartaban todos?
En cierta manera era cuestión de responsabilidad por mi parte conocer su reacción. Yo actuaba de vigía, a falta de un nombre mejor, para proteger a la familia. Si alguien empezara a concebir sospechas, yo los avisaría con tiempo suficiente para poder quitarnos de en medio con facilidad. Había ocurrido de vez en cuando que algún humano con una imaginación despierta nos había identificado con los personajes de un libro o una película. La mayoría de las veces se convencía de su error, pero era mejor trasladarse a otro lugar que arriesgarse a un examen. Rara vez, muy rara vez, alguien adivinaba la verdad y no le concedíamos la oportunidad de comprobar su hipótesis.
Simplemente desaparecíamos, para convertirnos como mucho en un recuerdo aterrador…
No escuché nada por más que fijé la atención en el lugar contiguo al cual continuaba fluyendo de forma compulsiva el frívolo monólogo interno de Jessica. Era como si allí no se sentara nadie. ¡Qué curioso!, ¿se habría ido la chica? No parecía probable, ya que Jessica seguía dándole la brasa. Miré hacia allí para comprobarlo, sintiéndome confuso. Comprobar con la vista lo que mi sentido extrasensorial me decía era algo que nunca antes había tenido que hacer.
Mi mirada se trabó de nuevo en esos grandes ojos marrones.
Ella se sentaba en el mismo lugar que antes, y nos miraba, algo natural, supuse, mientras Jessica continuaba regalándole los oídos con los chismorreos locales sobre los Cullen. Pensar sobre nosotros, sin duda, era algo natural. Pero no oía ni un susurro siquiera. Mientras bajaba la mirada, un tentador rubor de un rojo cálido invadió sus mejillas, diferente al de la vergüenza que se siente cuando te han sorprendido mirando fijamente a un desconocido. Era estupendo que Jasper aún estuviera mirando por la ventana. No quería imaginarme lo que ese natural flujo de sangre supondría para su autocontrol.
Las emociones se mostraban tan transparentes en su cara que parecía llevarlas escritas en la frente: sorpresa —como si de forma inconsciente hubiera detectado indicios de las sutiles diferencias entre su naturaleza y la mía—, curiosidad mientras escuchaba la historia de Jessica, y algo más... ¿fascinación?
No sería ésta la primera vez. Éramos hermosos a los ojos de los hombres, nuestras presas potenciales. Y al final, por fin, vergüenza por haberla pillado mirándome.
Aun a pesar de que había mostrado con tal claridad los sentimientos en sus extraños ojos, extraños por lo profundos, de color marrón, que de tan oscuros casi parecían opacos, no oía nada más que silencio en el lugar donde ella se sentaba. Nada en absoluto.
Me sentí incómodo durante unos momentos. Nunca me había encontrado con nada similar. ¿Me pasaba algo malo?
Me notaba exactamente igual que siempre. Preocupado, presté aún más atención.
De pronto, empezaron a gritar en mi cabeza todas las voces de alrededor que había contenido hasta ese momento.
Me pregunto qué música le gustará... Quizás podría mencionar ese nuevo CD..., pensaba Mike Newton, dos mesas más allá, concentrado en Bella Swan.
Eric Yorkie refunfuñaba mentalmente con sus pensamientos girando también alrededor de la nueva. Hay que ver cómo la mira. No le basta con tener a más de la mitad de las chicas del instituto pendientes de él.
Es vergonzoso. Cualquiera pensaría que es famosa o algo por el estilo... La mira incluso Edward Cullen... Lauren Mallory estaba tan celosa que, en realidad, su rostro debería haber tenido el color del jade oscuro. Y Jessica, haciendo ostentación de su nueva mejor amiga. Qué gracia... La mente de la chica continuó escupiendo vitriolo.
Apuesto a que todo el mundo le ha preguntado eso. Pero me gustaría hablar con ella. He de pensar en alguna pregunta más original... meditaba Ashley Dowling.
Quizás esté en mi clase de Español... pensaba esperanzada June Richardson.
Esta noche tengo toneladas de trabajo. Trigonometría y los ejercicios de Lengua. Espero que mamá… Angela Weber, un muchacha tranquila, cuyos pensamientos eran generalmenteamables, algo poco habitual, era la única en la mesa que noestaba obsesionada con Bella.
Podía oírlos a todos, oía cada insignificancia que se les ocurriera conforme pasaba por su mente, pero nada en absoluto procedente de aquella nueva alumna con esos ojos aparentemente tan comunicativos.
Eso sí, podía escuchar lo que decía cuando se dirigía a Jessica.
No necesitaba leer la mente para oírlas hablar con voz baja
y clara en el lado opuesto de la gran estancia.
—¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —le oí preguntar mirándome disimuladamente de reojo, sólo para retirar de inmediato la vista cuando se dio cuenta de que aún seguía con los ojos fijos en ella.
Todavía tuve tiempo de considerar esperanzado que oír el sonido de su voz me serviría para captar el tono de sus reflexiones, perdidos en algún lugar al que yo no podía acceder, pero enseguida me decepcioné. Lo normal es que los pensamientos de la gente tengan el mismo tono que sus voces físicas. Pero esa voz tranquila, tímida, me resultaba poco familiar, no pertenecía a ninguno de los cientos que rebotaban por la habitación, estaba seguro. Era completamente nueva.
¡Ja, buena suerte, idiota!, pensó Jessica antes de contestar la pregunta de la chica.
—Se llama Edward. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie —levantó la nariz, desdeñosa—. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa.
Volví la cabeza para ocultar la sonrisa. Jessica y sus compañeras de clase no tenían ni idea de la suerte que tenían al no interesarme ninguna de ellas en especial.
En ese estado de humor fluctuante, sentí un impulso extraño que no terminé de entender. Quería hacer algo respecto al tono mezquino de los pensamientos de Jessica, de los que la nueva no era consciente… Sentí la extraña urgencia de interponerme entre ellas para proteger a Bella Swan de los oscuros manejos de Jessica. Era algo muy raro en mí sentir aquello.
Intenté llegar hasta las motivaciones que alimentaban dicho impulso y volví a examinar a la chica.
Quizás fuera un instinto protector, el del fuerte sobre el débil, sepultado en alguna parte desde hacía mucho tiempo. La muchacha parecía más frágil que sus nuevas compañeras de clase. Su piel era tan translúcida, que resultaba difícil creer que le ofreciera mucha protección frente al mundo exterior.
Podía ver el rítmico pulso de su sangre a través de las venas bajo esa clara y pálida membrana… Sería mejor que no me concentrara en eso, se me daba muy bien la vida que había escogido, pero estaba tan sediento como Jasper y no tenía sentido darle alas a la tentación.
Tenía una arruguita entre las cejas de la que ella no parecía consciente.
¡Aquello era increíblemente frustrante! Veía claramente el esfuerzo que le costaba estar allí sentada, intentando conversar con extraños, siendo el centro de la atención. Podía adivinar su timidez por la postura de sus hombros, de aspecto frágil, ligeramente hundidos, como si esperara un desaire de un momento a otro. Pero sólo podía adivinar, ver o imaginar. No había más que silencio en esta chica humana tan sumamente corriente. No podía oír nada. ¿Por qué?
—¿Qué pasa? —murmuró Rosalie, interrumpiendo mi concentración.
Dejé de mirar a la chica y sentí una especie de alivio. No deseaba seguir intentándolo sin éxito, me irritaba. Y no quería desarrollar ningún interés por sus pensamientos ocultos simplemente porque no podía acceder a ellos. Sin duda, cuando pudiera descifrarlos, y seguramente encontraría la manera de hacerlo, serían tan superficiales e insignificantes como los de cualquier otro humano. No merecían siquiera el esfuerzo que me costaría llegar hasta ellos.
—¿Así que la chica nueva nos tiene miedo ya? —preguntó Emmett, esperando aún una respuesta.
Me encogí de hombros. No estaba lo suficientemente interesado para seguir presionando y obtener más información.
Ni debería interesarme.
Nos levantamos de la mesa y salimos de la cafetería. Emmett, Rosalie y Jasper simulaban ser estudiantes de último curso, por lo que se dirigieron hacia sus respectivas clases. Yo interpretaba un papel más juvenil, de modo que me encaminé hacia la clase de Biología de primero, preparándome mentalmente para soportar el tedio. Era dudoso que el señor Banner, un hombre de intelecto medio, se las ingeniara para insertar en su explicación algo que pudiera sorprender a alguien que tenía dos licenciaturas en Medicina.
En la clase, me instalé en mi silla y dejé que los libros, puro atrezo, puesto que no contenían nada que no supiera ya, se desparramaran por la mesa. Era el único alumno que no compartía pupitre. Los humanos no eran lo bastante listos parasaber por qué me temían, pero su instinto de supervivencia resultaba suficiente para mantenerlos alejados de mí.
El aula se fue llenando despacio conforme los chicos iban regresando del almuerzo en un lento goteo. Me repantigué en la silla y dejé transcurrir el tiempo. De nuevo, deseé ser capaz de dormir.
Su nombre volvió a llamarme la atención, quizás porque estaba pensando en ella cuando Angela Weber la acompañó hasta la clase.
Bella parece tan tímida como yo. Apuesto lo que sea a que este día le está resultando realmente difícil. Ojalá supiera qué decirle, pero seguramente sonaría estúpido…
¡Bien!, pensó Mike Newton mientras se revolvía en su asiento para ver entrar a las chicas.
Pero seguía sin leer pensamiento alguno desde la posición ocupada por Bella Swan. El espacio vacío donde deberían estar sus pensamientos me irritaba y desconcertaba.
Bella se acercó a la mesa del profesor avanzando por el pasillo lateral que había a mi lado. Pobre chica, el único pupitre libre era el contiguo al mío. Automáticamente limpié su lado del pupitre, empujando mis libros hasta formar una pila. Dudaba que se sintiera muy cómoda en ese asiento.
Comenzaba lo que para ella prometía ser un semestre muy largo, al menos en esta clase. Sin embargo, quizás podría sacar a la superficie sus secretos al sentarme a su lado; no es que hubiera necesitado antes de proximidad para conseguirlo… y tampoco es que hubiera nada que mereciera la pena escuchar…
Bella Swan caminó hasta interponerse en el flujo de aire caliente que soplaba en mi dirección desde la rejilla de ventilación.
Su olor me impactó como la bola de una grúa de demolición, como un ariete. No existe imagen lo bastante violenta para expresar la fuerza de lo que me sucedió en ese momento.
En aquel instante, no hubo nada que me asemejara a la persona que fui antaño, no quedó ni un jirón de los harapos de humanidad con los que me las arreglaba para encubrir mi naturaleza.
Yo era un depredador; ella, mi presa. No existía en el mundo otra verdad que no fuera ésta.
Para mí ya no había una habitación llena de testigos, porque en mi fuero interno los acababa de convertir a todos ellos en daños colaterales. El misterio de sus pensamientos quedó olvidado. Los pensamientos de Bella no me importaban nada porque no iba a poder pensar por mucho más tiempo.
Yo era un vampiro y ella tenía la sangre más dulce que había olido en ochenta años.
No concebía la existencia de un aroma como ése. Habría empezado a buscarlo desde mucho tiempo antes si hubiera sabido que existía. Hubiera peinado el planeta para encontrarlo.
Podía imaginar el sabor…
La sed ardía en mi garganta como si fuera fuego. Sentía la boca achicharrada y deshidratada y el flujo fresco de ponzoña no hizo nada por hacer desaparecer esa sensación. Mi estómago se retorció de hambre, un eco de la sed. Se me contrajeron los músculos, preparados para saltar.
No había pasado ni un segundo. Ella todavía no había terminado de dar el paso que la había puesto en la dirección del aire que fluía hacia mí.
Conforme su pie tocó el suelo, sus ojos se posaron en mí en un movimiento que ella pretendía que fuera sigiloso. Su mirada se encontró con la mía y me vi perfectamente reflejado en el amplio espejo de sus ojos.
La sorpresa que me produjo ver mi cara proyectada en sus pupilas le salvó la vida en aquellos momentos tan difíciles.
Pero no me lo puso fácil. Cuando ella fue consciente de la expresión de mi rostro, la sangre inundó nuevamente sus mejillas, volviendo su piel del color más delicioso que había visto en mi vida. Su olor era como una bruma en mi cerebro a través de la cual apenas podía razonar. Mis pensamientos bramaron incoherentes, fuera de todo control.
Ella caminaba ahora más despacio, como si comprendiera la necesidad de huir. Los nervios la hicieron comportarse de modo torpe, por lo que tropezó y se tambaleó hacia delante, casi cayendo sobre la chica sentada delante de mí. Parecía débil, vulnerable, incluso más de lo que es habitual en un humano.
Intenté concentrarme en el rostro que había visto en sus ojos, un rostro que reconocí con asco. Era la cara del monstruo que había en mí, el que había combatido y derrotado a lo largo de décadas de esfuerzo y de disciplina inflexible. ¡Con qué rapidez emergía ahora a la superficie!
El olor se arremolinó nuevamente a mi alrededor, dispersando mis pensamientos y casi impulsándome fuera del asiento.
No. Mi mano se aferró a la parte central del borde de la mesa para intentar sujetarme a la silla. Pero la madera no estaba por la labor y mi mano atravesó el armazón y arrancó un puñado de astillas. La forma de mis dedos quedó grabada en la madera.
Destruye la evidencia, ésta era una regla fundamental. Rápidamente pulvericé los bordes que tenían la forma de mis dedos, dejando sólo un agujero desigual y una pila de virutas en el suelo, que dispersé con el pie.
Destruye la evidencia. Daño colateral…
Sabía lo que iba a suceder ahora. La chica debería venir a sentarse a mi lado y yo tendría que matarla.
Los testigos inocentes de la clase, otros dieciocho jóvenes y un hombre, no podrían abandonar la habitación una vez que hubieran asistido a lo que iba a ocurrir en breve.
Me acobardé ante la idea de lo que se avecinaba. Incluso en mis peores momentos, jamás había cometido una atrocidad como ésta. Nunca había matado a inocentes, al menos no en las últimas ocho décadas. Y ahora planeaba masacrar a veinte de una vez.
El rostro del monstruo en mi mente se burló de mí.
Aun cuando una parte de mí intentaba apartarse de aquella idea horripilante, la otra parte planeaba la forma de perpetrarla.
En el caso de que matara a la chica primero, sólo dispondría de quince o veinte segundos antes de que reaccionaran los humanos del aula. Tal vez algo más si no se daban cuenta de lo que estaba haciendo desde el principio. Ella no tendría tiempo de gritar o sentir dolor y yo no la mataría con crueldad.
Esto era todo lo que podía hacer por esta desconocida con esa sangre tan horriblemente deseable.
Pero habría de impedir que escaparan. No debía preocuparme por las ventanas, ya que estaban demasiado altas y eran muy pequeñas para servir a nadie en su huida. Sólo quedaba la puerta, que los dejaría atrapados en cuanto se bloqueara.
Intentar abatirlos a todos cuando estuvieran dominados por el pánico y chillando, en pleno caos, seguramente sería más lento y difícil. No imposible, pero habría mucho ruido y tiempo de sobra para un montón de gritos. Alguien podría oírlos… y me vería forzado a matar incluso a más inocentes en esta hora negra.
El olor me castigó hasta cerrarme la garganta reseca y dolorida.
Además, la sangre de Bella se enfriaría mientras mataba a los otros.
De modo que sería mejor encargarme primero de los testigos.
Me tracé un esquema mental. Yo estaba en mitad de la habitación, en la última fila de la parte de atrás. Empezaría por el lado derecho. Estimé que podría romper aproximadamente entre cuatro y cinco cuellos por segundo, y sería menos escandaloso. El lado derecho sería el de los afortunados porque no me verían llegar. Después daría la vuelta por la parte frontal e iría de delante hacia atrás por el lado izquierdo; matarlos a todos me llevaría a los sumo cinco segundos.
Sin embargo sería tiempo suficiente para que Bella viera con claridad lo que se le venía encima. Suficiente para que tuviera miedo. Suficiente para que gritara, si el susto no la dejaba paralizada en su sitio. Sólo un débil grito que no haría venir a nadie corriendo.
Aspiré una bocanada de aire y el olor se convirtió en un fuego que corrió por mis largas venas vacías y me abrasó el pecho hasta consumir cualquier impulso positivo que hubiera sido capaz de sentir.
En ese preciso momento se estaba dando la vuelta. Estaría sentada a pocos centímetros de mí dentro de escasos segundos.
El monstruo en mi mente sonrió ante la expectativa.
Alguien sentado cerca de mí, a la izquierda, cerró de golpe una carpeta. No miré para ver cuál de los malditos humanos había sido, pero el movimiento envió una bocanada de aire normal, inodoro, hacia mi rostro.
Durante un escaso segundo, pude pensar con claridad. En ese precioso segundo, vi dos rostros en mi mente, uno al lado del otro.
Uno era el mío, o más bien lo había sido: el monstruo de ojos inyectados en sangre que había matado a tanta gente que había dejado de contarlos. Asesinatos racionalizados y justificados.
Un asesino de asesinos; el asesino de otros monstruos menos poderosos. Era consciente de que se trataba de un complejo de dios, si pudiera llamarlo así, el de alguien que cree poder decidir quién merece una sentencia de muerte. Era un compromiso conmigo mismo: me alimentaba de sangre humana, pero en su definición más amplia, ya que mis víctimas eran, debido a sus varios y oscuros pasatiempos, escasamente más humanos que yo.
El otro rostro era el de Carlisle.
No había ninguna semejanza entre ambos rostros. Eran como la noche y el día.
No existía ningún motivo para buscar semejanzas. Carlisle no era mi padre en un sentido biológico estricto y no compartíamos características similares. El parecido en el color de la piel se debía a lo que éramos; todos los vampiros tienen la misma tez helada y pálida. El parecido en el color de nuestros ojos era otra cosa: el reflejo de nuestra mutua elección.
Y aun así, aunque no había base para establecer semejanzas, me imaginaba que mi rostro había comenzado a reflejar el suyo hasta cierto punto, en los malditos últimos setenta años durante los cuales yo había abrazado su camino y seguido sus pasos.
Mis rasgos no habían cambiado, pero a mí me parecía que algo de su sabiduría había marcado mi expresión y que algo de su compasión podía encontrarse en la forma de mi boca, así como trazas de su paciencia eran evidentes en mi ceño.
Todas estas pequeñas mejoras habían desaparecido de la cara del monstruo. En pocos momentos, no quedaría en mí nada que reflejara los años que había pasado con mi creador, mi mentor, mi padre en todos los sentidos que importan. Mis ojos volverían a brillar rojos como los del diablo; toda la bondad habría desaparecido para siempre.
Yo veía el rostro de Carlisle en mi mente, y sus ojos amables no me juzgaban. Sabía que él me perdonaría por el horrible acto que iba a cometer, porque me amaba, porque pensaba que era mejor de lo que realmente era. Y seguiría queriéndome, incluso aunque le demostrara que estaba equivocado.
Bella Swan se sentó en la silla que había a mi lado con movimientos rígidos y forzados, ¿por el miedo?, y el olor de su sangre se extendió como una nube inexorable a mi alrededor.
Le demostraría a mi padre que se había equivocado conmigo.
Y la tristeza de este hecho hería casi tanto como el fuego de mi garganta.
Me aparté de ella con asco, sintiendo repugnancia por el monstruo que deseaba tomarla.
¿Por qué tenía que haber venido aquí? ¿Por qué tenía que existir? ¿Por qué tenía ella que destruir la poca paz que me quedaba en esta existencia mía de redivivo? ¿Por qué había tenido que nacer esta irritante humana? Acabaría conmigo.
Volví la cara para no verla en cuanto me invadió una repentina furia, un odio irracional.
¿Quién era esta criatura? ¿Por qué yo, por qué en ese momento? ¿Por qué debía perderlo todo ahora sólo porque a ella le había dado por escoger esta insólita ciudad para aparecer?
¡¿Por qué había venido hasta aquí?!
¡Yo no quería ser un monstruo! ¡No quería matar en esta habitación llena de niños inofensivos! ¡No quería perder todo lo que había ganado en una vida entera de sacrificio y privaciones!
No podía… Ella no podía hacerme eso.
El olor era el problema, el enorme atractivo de su olor. Si hubiera alguna manera de resistir… Bastaría que otro chorro de aire fresco me aclarara la cabeza.
Bella Swan sacudió su cabello largo, espeso, de color caoba, en mi dirección.
¿Estaba loca? ¡Era como si le diera alas al monstruo! Tanteándole.
Esta vez no había ninguna brisa amable que apartara el olor lejos de mí. Pronto estaría todo perdido.
No, no hubo ninguna brisa. Pero yo no tenía por qué respirar.
Paré el flujo de aire a través de mis pulmones; el alivio fue instantáneo, pero incompleto. Todavía tenía el recuerdo del olor en mi cabeza y el sabor en el fondo de mi lengua. Ni siquiera podría resistir eso durante mucho tiempo. Pero quizás fuera capaz de soportarlo una hora. Una hora. Sólo el tiempo necesario para salir de esa habitación llena de víctimas, víctimas que quizás no tendrían que serlo. Si era capaz de contenerme sólo durante una hora.
No respirar era una sensación incómoda. Mi cuerpo no necesitaba oxígeno, pero iba contra mis instintos. Yo confiaba más en el olor que en cualquiera de los otros sentidos en momentos de tensión. Era el que me guiaba durante la caza y el primero que avisaba en caso de peligro. No solía encontrarme en situaciones difíciles siendo yo un peligro en mí mismo, pero el instinto de supervivencia era tan fuerte en mi naturaleza como en el de un ser humano normal.
Incómodo, pero manejable. Más soportable que olerla a ella y no poder hundir mis dientes en su fina piel, delicada ytransparente hasta llegar al cálido, húmedo, pulsante…
¡Una hora! ¡Sólo una hora! Debía dejar de pensar en el olor, en el sabor.
En silencio, la chica mantuvo el pelo entre nosotros, inclinándose hacia delante hasta que dejó caer la melena sobre la carpeta. No podía verle la cara, ni podía intentar leer sus emociones en sus sinceros ojos profundos. ¿Había sido por eso por lo que ella había extendido su cabellera entre nosotros?
¿Quería esconder esos ojos de mi vista? ¿Sólo por miedo?
¿Por timidez? ¿Para mantener ocultos sus secretos?
Mi irritación anterior por no ser capaz de leerle los pensamientos era poca cosa en comparación con la necesidad —y el odio— que me embargaba en ese momento. Porque yo odiaba a esa frágil adolescente que se sentaba a mi lado, la odiaba con la misma fuerza con la que me sentía apegado a mi anterior identidad, al amor por mi familia, a mis sueños de ser algo mejor que lo que era… Odiarla, odiar el modo en que ella me hacía sentir, me ayudaba un poco. Sí, y la irritación que había sentido antes no era importante, pero también me favorecía. Me ceñí a cualquier emoción que me distrajera de imaginar su delicioso sabor…
Odio e irritación. Impaciencia. ¿Es que la hora no iba a terminar nunca?
Y cuando la hora terminara… Entonces ella saldría de esta habitación, y ¿qué haría yo?
Podría presentarme. Hola, me llamo Edward Cullen. ¿Puedo acompañarte a tu próxima clase?
Me contestaría afirmativamente aunque, como yo sospechaba, me temiera, porque era la respuesta educada y apropiada. Bella seguiría la costumbre y caminaría a mi lado. Resultaría bastante fácil llevarla en la dirección equivocada. Un espolón del bosque sobresalía como un dedo hasta tocar la parte posterior del aparcamiento. Podría decirle que había olvidado un libro en mi coche…
¿Se daría cuenta alguien de que yo había sido la última persona con la cual la habían visto? Estaba lloviendo, como siempre.
Dos impermeables oscuros encaminándose en la dirección equivocada podrían despertar un interés excesivo y delatarme.
Además, no era el único que había reparado en ella aquel día, aunque ninguno de forma tan devastadora como yo. Mike Newton, en especial, estaba pendiente de cada cambio de su postura en la silla mientras ella se movía nerviosamente; estaba tan incómoda por estar cerca de mí como cualquiera en su lugar, como yo habría esperado antes de que su olor hubiera destruido cualquier interés caritativo. Mike Newton seguramente notaría si ella salía de clase conmigo.
Podría soportarlo una hora, ¿y dos?
Me estremecí a causa del dolor y la quemazón.
Ella volvería a una casa vacía, ya que el jefe de policía Swan trabajaba a jornada completa. Conocía el edificio, del mismo modo que conocía cada casa en esta ciudad tan pequeña. La casa se encontraba aislada en lo alto de la ciudad, junto a un espeso
bosque, sin vecinos cerca. Incluso aunque ella tuviera tiempo para gritar, que no lo tendría, no habría nadie que la escuchara.
Ésta era la manera más responsable de llevar el asunto. Había pasado siete décadas sin probar la sangre humana. Si contenía la respiración, podría aguantar dos horas más. Y cuando ella estuviera sola, no habría ocasión para que nadie resultara herido. Y no existe motivo alguno para precipitarse, el monstruo de mi cabeza me dio la razón.
Era un sofisma pensar que sería menos monstruo por salvar a los diecinueve humanos del aula con esfuerzo y paciencia y matar sólo a esa inocente joven.
Aunque la odiaba, sabía que mi odio era injusto. Me di cuenta de que a quien detestaba realmente era a mí mismo.
Y me odiaría más aún cuando ella hubiera muerto.
Soporté toda la hora así, imaginando las mejores formas de matarla. Evite visualizar el acto real, ya que esto habría sido demasiado para mí. Perdería la batalla y terminaría matándolos a todos. Así que me concentré en el aspecto estratégico del plan y nada más.
Ella me miró más allá de la muralla de sus cabellos en una sola ocasión, casi al final de la clase. Sentía arder en mi interior aquel odio injustificado cuando nuestras miradas se encontraron y lo vi reflejado en sus ojos asustados. El arrebol cubrió sus mejillas antes de que pudiera volver a esconderse en su pelo y yo casi perdí los estribos.
Menos mal que sonó el timbre. Salvado por la campana, igual que en el dicho. Ambos nos habíamos salvado: ella de la muerte, y yo, durante un breve tiempo, de convertirme en la criatura de pesadilla que temía y detestaba.
No pude moverme con la lentitud habitual mientras salía de la clase. Algún observador ocasional hubiera averiguado que había algo raro en mi forma de caminar, pero nadie me prestó atención. Todos los pensamientos humanos seguían girando en torno a la chica que estaba condenada a morir en poco menos de una hora.
Me escondí en el coche.
No quería pensar en mí mismo como en alguien que se debía ocultar. Se parecía demasiado a la cobardía, pero sin duda ése era el caso ahora.
En aquellos momentos, no tenía la disciplina necesaria para permanecer rodeado de humanos. Al concentrar todas mis energías en no matar a uno de ellos, me había quedado sin fuerzas para resistirme frente a los demás. En caso contrario, menuda pérdida. Ya que tenía que rendirme al monstruo, al menos haría que mereciera la pena la derrota.
Puse el CD con la música que por lo general me calmaba, pero me sirvió de poco. No, lo único que en ese momento podía ayudarme era el aire frío, húmedo y limpio que soplaba con la ligera lluvia a través de las ventanas abiertas. Aunque todavía podía recordar el olor de la sangre de Bella Swan con perfecta claridad, inhalar el aire era como limpiar el interior de mi cuerpo de una infección.
Me sentía bien otra vez. Podía pensar de nuevo. Y ahora era capaz de volver a enfrentarme contra lo que no quería ser.
No tenía por qué ir a su casa, ni tenía por qué matarla. Sin duda, yo era una criatura pensante, racional y tenía posibilidad de elegir. Siempre había una oportunidad.
No me había sentido así en la clase, pero ahora estaba lejos de ella. Quizás, si la evitaba cuidadosamente, con mucho, mucho tiento, no tendría necesidad de cambiar de vida. Ahora tenía todo organizado del modo que me gustaba. ¿Por qué debía permitir que esa deliciosa e irritante personita lo arruinara todo?
No tenía por qué disgustar a mi padre, ni causar tensión, preocupación o dolor a mi madre. Sí, aquello también iba a disgustar a mi madre adoptiva. Y Esme era tan dulce, tan amable, tan gentil. Provocar dolor a alguien como Esme era verdaderamente imperdonable.
Qué irónico sonaba mi deseo de proteger a esa joven humana de la amenaza irrisoria y torpe de los pensamientos despectivos de Jessica Stanley. Yo era la última persona que podría haberse erigido nunca como defensor de Isabella Swan. Ella nunca necesitaría protegerse tanto de nada como de mí mismo.
De pronto, me pregunté dónde estaría Alice. ¿No me había visto matar a la joven Swan de mil formas diferentes? ¿Por qué no había venido en mi busca o en mi ayuda, para detenerme o al menos limpiar las evidencias? ¿Estaba ella tan absorta vigilando a Jasper de que se metiera en problemas que no había sido consciente de otras posibilidades mucho peores?
¿Era yo más fuerte de lo que pensaba? ¿Y si realmente no iba a hacerle nada a la joven? No. Yo sabía que eso no era verdad. Alice debía de estar muy concentrada en Jasper.
Busqué en la dirección en que sabía que la iba a encontrar, dentro del pequeño edificio donde se impartían las clases de inglés. No me llevó mucho localizar su «voz» familiar. Y llevaba razón. Volcaba todos sus pensamientos en Jasper, vigilando las mínimas posibilidades minuto a minuto.
Deseaba pedirle consejo, pero, al mismo tiempo, me alegraba que ella ignorase de lo que yo era capaz y que, en la última hora, había considerado seriamente la posibilidad de provocar una masacre.
Un nuevo fuego recorrió mi cuerpo, el de la vergüenza. No quería que ninguno de ellos lo supiera.
Si lograba evitar a Bella Swan, si me las arreglaba para no matarla —el monstruo se retorció y le rechinaron los dientes de frustración sólo de pensarlo—, en tal caso, nadie se enteraría.
Si pudiera alejarme de su aroma…
No había razón alguna para no intentarlo al menos. Elegir lo correcto. Tratar de ser lo que Carlisle pensaba que era.
La última hora de clase estaba a punto de terminar. Decidí llevar a la práctica mi nuevo plan de inmediato. Era mejor que quedarme sentado en el aparcamiento, donde ella podría pasar cerca de mí y acabar con mi empeño. Volví a sentir un encono injustificado por la muchacha. Odiaba que, sin saberlo, tuviera ese poder sobre mí, que ella me pudiera convertir en algo ultrajante.
Crucé el pequeño campus muy rápido —tal vez demasiado, pero no había testigos— en dirección a la oficina. No había razón para que mi camino y el de Bella Swan se cruzaran. Debía evitarla como a la pequeña peste que era.
La oficina estaba vacía, a excepción de la secretaria, la única persona a la que quería ver.
No oyó mi sigilosa entrada.
—¿Señora Cope?
La pelirroja de bote alzó la vista y abrió los ojos de forma desmesurada. Estos correctores de exámenes… siempre los sorprendía con la guardia baja, jamás se enteraban de nada, sin importar cuántas veces nos hubieran visto con anterioridad.
—¡Oh! —exclamó entrecortadamente. Estaba un poco agitada.
Estúpida, pensó en su fuero interno, es lo bastante joven para ser mi hijo, demasiado joven para pensar en él de esa forma…—.
Hola, Edward. ¿En qué te puedo ayudar?
La mujer agitó las pestañas detrás de las gruesas gafas. Estaba incómoda, pero yo sabía ser encantador cuando me lo proponía.
De hecho, me resulaba muy fácil, conocía de inmediato qué tono adoptar o qué gesto realizar.
Me incliné hacia delante y sostuve su mirada como si observara intensamente esos corrientes ojillos castaños suyos. La mujer era ya un manojo de nervios. Esto iba a resultar sencillo.
—Me preguntaba si me podría ayudar con mi horario de clases —dije con la voz suave que reservaba para cuando no deseaba atemorizar a los humanos.
Oí cómo aumentaba el ritmo de los latidos de su corazón.
—Por supuesto, Edward. ¿Cómo puedo ayudarte? —demasiado joven, demasiado joven, se gritaba a sí misma. Se equivocaba, por supuesto. Yo tenía más años que su abuelo, aunque, según mi permiso de conducir, ella tenía razón.
—¿Sería posible cambiar la clase de Biología por otra de mayor nivel científico? Tal vez Física…
—¿Tienes algún problema con el señor Banner, Edward?
—En absoluto. Lo único que ocurre es que ya he estudiado ese temario…
—… en esa escuela de enseñanza acelerada a la que asististeis en Alaska, cierto —frunció los labios mientras lo consideraba.
Todos deberían estar en la universidad. He oído las quejas de los profesores. Destacan en todo, no vacilan al contestar, jamás se equivocan en un examen… parece que hubieran encontrado la forma de engañarnos en cada asignatura. El profesor Varner estaría dispuesto a creer que nos están haciendo trampas antes que aceptar que un alumno es más inteligente que él… Apuesto a que su madre les da clases…—. En realidad, no caben más alumnos en Física. Al profesor Banner le disgusta tener más de veinticinco alumnos en una clase.
—Yo no sería ningún problema.
Por supuesto que no. Un perfecto Cullen no lo sería nunca.
—Ya lo sé, Edward, sólo que no hay suficientes pupitres…
—En ese caso, ¿podría no asistir a clase? Emplearía ese tiempo en estudiar por mi cuenta.
—¿No asistir a clase de Biología? —se quedó boquiabierta.
Es una locura. ¿Tan difícil te resulta aguantar una asignatura que ya te sabes? Tiene que haber algún problema con el profesor
Banner. Me pregunto si debería hablar con Bob del tema—. No tendrás suficientes créditos para graduarte.
—Ya recuperaré al año que viene.
—Tal vez deberías comentarlo antes con tus padres.
La puerta se abrió a mis espaldas, pero fuera quien fuera no me importunó con sus pensamientos, por lo que ignoré esa entrada y me concentré en la señora Cope. Me incliné un poco más cerca y le sostuve la mirada con los ojos abiertos. Hubiera funcionado mejor de haberlos tenido dorados en lugar de negros. La negrura atemoriza a la gente, como debe ser.
—Por favor, señora Cope —modulé la voz del modo más suave y persuasivo que pude, y puedo ser considerablemente persuasivo—. ¿No hay ninguna otra clase donde haya sitio para mí? Estoy convencido de que debe de haber un resquicio en algún sitio. Biología como sexta hora de clase no puede ser
la única opción…
Le sonreí a la par que procuraba no mostrar mucho los dientes para no asustarla y suavizar la expresión del semblante.
Su corazón resonó con más fuerza.
Demasiado joven, se recordó frenéticamente.
—Bueno, tal vez podría hablar con Bob, quiero decir, con el señor Banner y ver si…
En un segundo cambió todo: la atmósfera de la habitación, mi misión en la misma, la razón por la que me inclinaba hacia la mujer pelirroja… Lo que antestenía un propósito concreto, ahora se había convertido en otro muy distinto.
Un segundo fue todo lo que necesitó Samantha Wells para abrir la puerta y depositar con retraso la hoja de firmas en la cesta situada en la entrada. Un segundo fue lo que tardó el golpe de viento que se coló por la puerta en sacudirme. Un segundo fue todo lo que necesité para comprender por qué esa primera persona no me había interrumpido con sus pensamientos nada más entrar.
Aunque no necesitaba asegurarme, me volví. Lo hice despacio, pugnando por controlar los músculos que se negaban a obedecerme.
Bella Swan estaba ahí en frente, de pie, con la espalda apoyada contra la pared al lado de la puerta, con un papel apretado entre las manos. Sus ojos se abrieron aún más de lo habitual cuando asimiló mi mirada feroz, inhumana.
El olor de su sangre saturó cada partícula de aire en la habitación pequeña y calurosa. Mi garganta estalló en llamas.
El monstruo me observó de nuevo desde el espejo de sus ojos, una máscara de maldad.
Mi mano vaciló en el aire sobre el mostrador. No tendría siquiera que mirar hacia atrás para coger la cabeza de la señora
Cope y aplastarla contra la mesa con fuerza suficiente para matarla. Dos vidas, mejor que veinte. Una ganga.
El monstruo esperaba ávido y hambriento a que lo hiciera.
Pero siempre debe haber una posibilidad de elegir, tenía que haberla.
Interrumpí el movimiento de mis pulmones y fijé el rostro de Carlisle delante de mí. Me volví para encarar a la señora
Cope y escuché la sorpresa interna que le había causado el cambio en mi expresión.
Echando mano del autocontrol que había tenido tiempo de practicar en décadas de esfuerzo, conseguí que mi voz sonara aún más monótona y suave. Quedaba suficiente aire en mis pulmones para hablar una vez más, apresurando las palabras.
—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.
Giré y me lancé fuera de la habitación al tiempo que intentaba no sentir la calidez de la sangre dentro del cuerpo de Bella cuando pasé a escasos centímetros de ella.
No paré hasta llegar a mi coche, moviéndome demasiado rápido todo el camino hasta allí. La mayoría de los humanos se habían marchado ya, por lo que no hubo muchos testigos.
Oí a un alumno de segundo, Austin Marks, darse cuenta y luego pensar que era imposible...
De donde habrá salido Edward Cullen, es como si se hubiera materializado en el aire... Ya me vale, ya estamos con la imaginación otra vez. Mamá siempre dice...
Los demás estaban allí cuando me deslicé dentro del Volvo.
Intenté controlar la respiración, pero tragaba a grandes bocanadas el aire fresco, como si estuviera sofocado.
—¿Edward? —me preguntó Alice con voz preocupada.
Sólo sacudí la cabeza en su dirección.
—¿Qué demonios te ha pasado? —inquirió Emmett, distraído en ese instante por el hecho de que Jasper no estaba del mejor humor para su revancha.
En vez de contestar, lancé el coche marcha atrás. Debía salir de allí antes de que Bella Swan me siguiera incluso al aparcamiento.
Mi propio demonio personal, hechizándome... Hice girar el coche y aceleré. Cogí los setenta antes de llegar a la carretera y una vez en ella, llegué a los ciento diez antes de doblar la esquina.
Sin mirar, supe que Emmett, Rosalie, y Jasper se habían vuelto todos para observar fijamente a Alice, que se encogió de hombros. No podía ver lo que había pasado, sino lo que estaba por pasar.
Y luego miró hacia adelante para ocuparse de mí. Ambos procesamos lo que ella veía en su cabeza y ambos nos sorprendimos por igual.
—¿Te marchas? —susurró ella.
Los otros se volvieron para observarme a su vez.
—¿Voy a hacerlo? —susurré entre dientes.
Entonces, vio que mi futuro tomaba un giro mucho más oscuro cuando flaqueaba mi resolución.
—Oh.
Bella Swan estaba muerta. La sangre fresca arrancaba brillos escarlata a mis ojos. Luego, había una investigación y transcurría un largo plazo de espera, por precaución, antes de que volviera a ser seguro que saliéramos, para empezar de nuevo…
—Oh —dijo otra vez.
La imagen de su visión se volvió más detallada. Contemplé el interior de la casa del Jefe Swan por primera vez, y vi a Bella en una cocina pequeña de armarios amarillos, dándome la espalda mientras yo la acechaba desde las sombras… hasta que el olor me llevara hasta ella…
—¡Detente! —gruñí, incapaz de soportarlo más.
—Lo siento —susurró ella con ojos dilatados.
El monstruo se regocijó.
Y la visión de la mente de Alice volvió a cambiar. Una autopista vacía, por la noche, flanqueada por árboles cubiertos de nieve que desfilaban a más de trescientos por hora.
—Te echaré de menos.
Emmett y Rosalie intercambiaron una mirada de aprehensión.
Estábamos a punto de llegar al lugar donde teníamos que girar para tomar el largo camino que nos llevaba a casa.
—Bajémonos aquí —les instruyó Alice—. Debes decírselo tú mismo a Carlisle.
Asentí y las ruedas del coche chillaron al frenar bruscamente.
Emmett, Rosalie y Jasper descendieron en silencio. Harían que Alice se lo explicara todo cuando yo me hubiera marchado.
Ella me tocó el hombro.
—Harás lo correcto —murmuró, pero esta vez no era una visión, sino una orden—. Charlie Swan no tiene más familia.
Eso le mataría a él también.
—Sí —dije yo, aunque sólo podía estar de acuerdo con Alice en la última parte de la frase.
Ella se deslizó fuera para reunirse con los otros, con las cejas fruncidas, llena de ansiedad. Desaparecieron entre los árboles y estuvieron fuera de mi vista antes de que pudiera dar la vuelta al coche.
Aceleré de regreso a la ciudad, y supe que las visiones en la mente de Alice estarían tornando del negro al blanco como si fueran una luz estroboscópica. Mientras conducía de vuelta a Forks a ciento cincuenta, no estaba seguro de hacia dónde iba.
¿A despedirme de mi padre o a abrazar al monstruo que moraba en mi interior? La carretera desaparecía bajo las ruedas.
0 comentarios:
Publicar un comentario